De memoria...
Escribir sobre algo que pasó hace muchos años puede acarrear importantes olvidos, ya se sabe que la memoria es muy selectiva (por no decir que tenemos la cabeza hecha polvo). Por ello creo que más se olvidará si dejo pasar más tiempo aun si cabe.
Este viaje, y en concreto la vía que trazamos y dejamos equipada para la posteridad tuvo su momento de gloria. Conocimos de primera mano varías repeticiones de la misma, y todas las opiniones eran favorables, aunque que te van a decir, decirle a un padre que su hijo es feo es muy duro y eso el escalador de buena fe lo sabe. Pero los años pasan, el garabato que pintamos se perdió en el ciber espacio y la vía empezó a quedar en el olvido. Hace unas semanas el gran Cristhian Ravier preguntó por ella, imagino que estará actualizando el libro de escaladas de la zona, y me dió mucha pena pensar que estaba abandonada. Por ello me decidí a escribir lo que podréis leer a continuación.
Lo que entonces era casi tan normal que apenas le dimos importancia, hoy lo recuerdo con orgullo y, porqué no, algo de envidia mezclada con nostalgia. Era un momento en lo que no había mucho más que escalar, solo pensábamos en ello, en encaramarnos a buenas paredes, y si era trazando nuevas rutas mucho mejor! Y claro, algo que mola tanto como abrir camino desde abajo, por paredes guapas, lo echo de menos. Pero la vida son prioridades, y si hoy esa actividad no está en el número uno de mis preferencias por algo será, para bien o para mal.
La cuestión es que la primavera de 2009 fuimos a un sitio bestial, fascinante, escondido entre las altas montañas del Atlas Marroquí se encuentra Taghia. Íbamos varios colegas, Beto y yo ya lo conocíamos, el resto no. Daba lo mismo, para todos fue increíble el perdernos durante unas semanas en aquel paraíso de paredes y bereberes, un sitio que a nadie deja indiferente por lo especial. Cada paso es un cúmulo de sensaciones, admirar las profundas gargantas labradas por los pasos de agua, las esbeltas paredes que te embelesan de continúo y convivir con los duros y amables habitantes de un terreno que los pone realmente a prueba; el día a día en esos parajes conlleva superar grandes desniveles, pasos obligados por zonas tan escarpadas que en la cercana Europa son impensables sin pasamanos, plataformas y otros avances que los bereberes sustituyen por agilidad, audacia, buen humor, troncos y piedras.
El viaje tenía dos objetivos, escalar alguna gran ruta mientras estuviese Aritz, un colega vasco con alma de gato, y abrir un nuevo itinerario cuando el marchase. Y así lo hicimos.
Tras calentar en alguna vía de las más manoseadas (Zebda y Belle berbere) nos encaminamos a una de las paredes más alejadas e imponentes del conjunto, el Tadrarate, un muro vertical de más de 500 metros, de una apariencia inexpugnable. Y una vez nos metimos en faena comprobamos que la realidad no andaba muy alejada de lo que aparentaba la pared desde lejos. Decidimos escalar L'Axe du Mal, una vía de una calidad casi indescriptible. Genial secuencia de largos, cada uno mejor que el anterior. Y de un nivel que nos ponía a prueba a cada tirada. Posiblemente la ruta más dura que había escalado hasta entonces. En los primeros largos me ví realmente mal. Pero recuperé y pude estar a la altura de mis compañeros, Ernesto y Aritz, dos tipos con un nivel técnico muy alto. Ser el paquete de la cordada tiene su lado bueno, siempre es un consuelo saber que hay alguien mejor que tú a tu lado. Al margen de niveles y demás recuerdo aquella jornada como un día muy duro de escalada, de esos que dejan en tu rostro una sonrisa que dura días en desaparecer. L'Axe du mal, una ruta recomendadísima para aquellos a los que le guste la pared y la escalada laberíntica, la de descifrar el camino, la de templar nervios, colocar pies y gestionar los antebrazos.
Y el que escribe, con Aritz por debajo, haciendo lo mismo en la misma ruta
Tras despedir a Aritz y dedicar un par de días a la observación decidimos estrenar el paño izquierdo de la Pared de la Cascada, una pared visible desde Taghia, relativamente cercana y con unos modestos 200 metros que nos garantizaba acercarnos al triunfo. La clave para triunfar del todo estaba en un diedro que rasgaba la parte más vertical del muro, y decidiría si podíamos o no escalar en libre, que era el auténtico objetivo de nuestra ruta, poder ser escalada en libre por nosotros y la gran mayoría de mortales (mortales escaladores relativamente bien entrenados, claro) ya que la vía iba a quedar bien equipada. Y así fue, en el cuarto largo encontramos un diedro abierto, ciego, de una calidad excelente, difícil de abrir y más aun de escalar sin más ayuda que los pies y las manos.
Tanta calidad tiene el largo clave de la Pinchito que la FEMECV tuvo en consideración esta fotaza de Ernesto encadenando el largo, para usarla como portada de uno de los antiguos boletines anuales. En la reunión, atento, Beto.
Tras dejar todo abierto y equipado volvimos a darnos el gusto de hacer la primera escalada en libre, tranquilamente, en un ruta de esas que no exigen madrugar ni correr en exceso. La aproximación, aunque empinada, es corta, y el descenso es una delicia de paseo en el que disfrutaremos de alguno de los típicos pasos bereberes que hacen famosa a la región. Y la escalada, como dice Salvadó, es un must. Una delicatessen de bocado corto, con unos primeros largos para entrar en calor, plagados de roca coralingia, en exceso pinchosa, que dieron pie al bautizo de la ruta, y un diedro desplomado de 7b o 7b+, según lo ágiles que seamos y/o lo bien entrenados que estemos, que nos llevará al cielo del encadene o al infierno de las triquiñuelas más oscuras que conozcamos para poder alcanzar la reunión. El largo final es un paseo con ambiente, para que no se nos olvide donde estamos.
Foto con todas las vías del muro, boceto de la guía de Ravier, la podéis encontrar aquí
Y a grandes rasgos así fue un viaje de esos en los que todo sale rodado, de los que nadie se pone malo de gravedad ni se hace daño y se consigue con creces el objetivo establecido, y este era escalar una ruta dura (o muy dura según para quien) como L'Axe du mal al Tadrarate (500 metros, 7c) y abrir una guapa vía como la que equipamos en el lado izquierdo de la Pared de la Cascada, la Pinchito Moruno (200 metros y 7b).
J.M. Anaya, 2019
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